martes, 12 de enero de 2010

Estoy contigo

Entre Jimmy, el enfermero y yo, lo agarramos para comenzar a moverlo de la camilla a la cama del equipo de tomografía. La bata se le abrió y no sé por qué me sorprendió que se tapara sus "partes íntimas" aún en esa condición. Es increíble cómo el pudor puede llegar a ese nivel.

Mis pensamientos volvieron a la realidad. Levantar los cien y tantos kilos de este hombre de un metro ochenta y dos no era tarea fácil.

Contamos hasta tres y lo levantamos. Sentí el peso en mis brazos y comenzamos a moverlo de un lado al otro. A la mitad del recorrido me asusté por el peso (y los nervios), y en fracciones de segundos pensé, muy dentro de mi, que no podía permitirme que se cayera así tuviera que cargar yo sólo con el peso.

Tomo sólo segundos, pero ahora que lo recuerdo, parecieron minutos.

Ya en la cama de la tomografía, fijo mi vista en él y veo que sus ojos van de un lado al otro, como tratando de entender que ocurre. Abría y cerraba la boca constantemente, símbolo de su estado, de su falta de control. Se me arrugó el corazón. Uno nunca sabe cuando le toca manejar este tipo de situación.

Siento un siseo, y al voltear, el enfermero me indica que van a hacer el scaneo, que por favor tome su cabeza y que evite que se mueva.

Ahí caí en cuenta que él sufría de claustrofobía y que si tuvo la suficiente conciencia para taparse “sus partes”, también la tendría para asustarse dentro de la máquina circular.

“Ahora sí la cagamos. A ver cómo hacemos”. Pensé.

Tomé aire, me acerqué lo más tranquilo que pude y acaricié su frente. Luego agarré suavemente su barbilla con mis manos,  y le dije, "tranquilo papá, estoy contigo".


Febrero, 6, de 2009.



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